Y en el gabinete del café galante
ella se encontraba con su nuevo amante,
peregrino pálido de un país distante.
Llegaban los ecos de vagos cantares
y se despedían de sus azahares
miles de purezas en los bulevares.
Y cuando el champaña me cantó su canto,
por una ventana vi que un negro manto
de nube, de Febo cubría el encanto.
Y dije a la amada un día: ¿No viste
de pronto ponerse la noche tan triste?
¿Acaso la Reina de luz ya no existe?
Ella me miraba. Y el faisán cubierto
de plumas de oro: «¡Pierrot, ten por cierto
que tu fiel amada, que la Luna ha muerto!»